martes, 6 de enero de 2015

A la Gran Dama del Mediterráneo,



La Tramontana,





Dueña del mar en Menorca o l’Empordà;
hasta Josep Plà le concedió una oda.
Todo árbol tiene un gemido mágico,
si la veleta señala el ártico.
No nos deja pálidos la señora;
sin ella escuece la calma, y se añora.
Arde la sangre, colorea la aurora,
desde Los Alpes llega a cualquier hora.

Posee el temor -y amparo- de la verdad,
de noches sin luna, y la necesidad
de llegar a buen puerto sin tormento.
El ocaso dará paso a más viento
sin descanso. El eco del lamento
de nuestro vendaval sopla sin piedad.


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